Llevo una temporada en la que, entre otros libros, estoy leyendo mucho a Svetlana Alexievich. De momento me he leído Voces de Chernobyl, La guerra no tiene rostro de mujer y ahora estoy leyendo Últimos testigos. Nunca se me había hecho tan difícil leer a alguien.
Hay muchas voces en sus libros que hablan de madres: como tuvieron que dejar a sus hijos en compañía de tías, abuelas o, simplemente, desconocidos porque sabían que iban a morir y querían que, por lo menos unx de sus hijxs pudiera vivir.
Yo no diría que soy una llorona pero si que hay veces que algunas cosas me afectan y, realmente, me he visto llorando con las historias de estos niños que se vieron solos en la guerra, que no sabían si sus padres estaban vivos o muertos, que habían perdido a sus hermanos que estaban en algún orfanato en la otra punta de la Unión Soviética... y me ha tocado y, casi hundido.
Cuando venimos al mundo no nos planteamos nada de esto. No sufrimos lo que otras personas han podido sufrir en otro momento de la historia. Tenemos un padre y una madre que nos quieren, nos cuidan, nos intentan dar todo lo que necesitamos y nos dan los caprichos que queremos que, al cabo de tres días, terminarán cogiendo polvo en un cajón. Hay veces que esta felicidad no dura para siempre y a lo mejor alguien se va, de mutuo acuerdo o, directamente, sin decir nada y parece que todo se rompe un poco, pero mamá siempre está ahí.
Mi madre ha cumplido este año 60. Nació en 1957. A los 18 se casó con su novio (en 1975). Viajaron, hicieron fotos, grabaron videos, hacían picnics con sus amigos y se lo pasaban bien. Tenían su casa, su coche, sus trabajos y vivían la vida. En 1988 el marido de mi madre murió. No se como y ella nunca me lo ha contado. Ella quería tener un hijo o una hija y, de golpe, se encontró sola. Después del fallecimiento de su marido, estuvo un tiempo durmiendo en casa de sus padres o en casa de sus jefes. No quería dormir en casa sola y, ni los abuelos ni sus jefes, querían que estuviera sola.
Un día, les mintió a todos, esa noche dormiría en casa. A nadie le gustó la idea.
En 1988 apareció un señor con traje y corbata por el trabajo de mi madre. Ella pensó 'y este flipado así por aquí?'. Ese señor era mi padre. Venía de otra isla, separado de su mujer y con una hija de 5 años. Estuvieron un tiempo quedando para tomar copas y cenar con amigos. Al cabo de unos meses, mi padre empezó a ir a casa de mi madre para mirar las carreras de motos y las bicis. Y todavía sigue aquí.
La historia de mi madre no fue fácil. Ni la de mi padre. Mi abuela no aceptaba que mi madre, viuda, pudiera estar con un señor separado y con hija. Y mucho menos, ¡tener descendencia con él! La hermana de mi padre llegó a decirle a mi madre que él solo la quería a ella para 'pasar el rato' y una vez, la madre de mi hermana llamó a casa para pedir el dinero que mi padre siempre pasaba a su hija y le dijo a mi madre 'ya te darás cuenta de con quien estás'.
Nunca he sido 100% aceptada por la familia de la parte de mi padre. Las únicas excepciones son mi hermana y mi abuelo. Siempre he sido comparada con lo que ha hecho mi prima, solo 9 meses mayor que yo. Si yo hago algo, ella lo hace mejor; si yo saco una nota, ella la saca más alta; si yo tengo trabajo, ella más y mejor. A mis 24 años ya me da igual lo que piense mi abuela (por parte de padre), yo solo intento hacer las cosas lo mejor que puedo.
Después de todos estos años de niña, edad del pavo y early adult lo único que puedo hacer es portarme mejor como hija y hacer que mi madre esté orgullosa de mi. Se que lo está pero podría no tenerla y eso no me lo perdonaría nunca.
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