No puedo escuchar Placebo. No ha sido nunca mi grupo favorito pero no puedo escuchar Placebo. No creo que pueda llegar a escuchar alguna vez más alguna canción suya sin acordarme del sentimiento que tenía dentro del pecho la última vez que lo vi.
Era verano. 2019. Lo conocí por pura casualidad y la primera vez que lo vi sentí una cosa que hacía mucho tiempo que no sentía. Quedé con él pasada la medianoche debajo de mi casa. Yo me había pedido una pizza para cenar porque no había comido nada desde hacía muchísimas horas. Había quedado con otro chico antes que con él, pero no significaban nada para mí, ni uno ni otro. Aprendí a no pillarme por nadie, intentar saciar algún instinto primario con alguien a quien le tuviera un poco más de confianza y ya está. Pero esa noche él me rompió todos los esquemas que tenía hechos en mi cabeza. Cené con mi peor cara delante de él y encima de mi cama, hablamos de muchas cosas que ya no recuerdo pero parecía que era un amigo al que hacía muchísimo tiempo al que no veía.
Se hicieron más de las 3 de la mañana y él tenia que salir de su casa a las 6 de la mañana para ir a trabajar. Le dije que si quería se podía quedar en mi casa a dormir porque el camino de vuelta a la suya era larguísimo y, probablemente, llegaría casi a las 4. Me dijo que si. Le di una camiseta y nos pusimos a dormir. No había habido ningún tipo de acercamiento, ni por una parte ni por otra. Me puse a dormir en mi lado de la cama y de cara a la pared (porque siempre duermo cara a la pared) y sentía que no debía estar así. Me gire y si no hubiéramos estado con la luz apagada, nos hubiéramos estado viendo las caras. De golpe y sorpresa me empezó a tocar la mano y posteriormente me abrazó. No se que le hizo hacerlo pero me sentí bien y en paz. Llegué a pensar que si mi vida terminaba en ese momento yo estaría por siempre en paz conmigo misma. Y después me besó. Y yo le besé. Y pasaron las horas haciendo lo mismo.
A las 8 salía de mi casa. Ya llegaba tarde. Le fui a abrir la puerta y se despidió de mi como si cuando terminase la jornada laboral supiera que yo lo estaba esperando en casa.
Siguieron las semanas, despacio pero sintiendo cosas que no podía expresar. Estaba feliz, muy feliz. No podía escribir sobre el amor o, en su defecto, el cariño que sentía hacia él. No se escribir cuando estoy feliz. No puedo escribir cuando estoy feliz. Solo puedo escribir cuando no hay ni un gramo de eso a lo que llaman ‘felicidad’ en mi cuerpo.
Esperaba con ansias la noche en la que nos veríamos. No hacíamos nada más. Todo iba lento y fluido, pero no hacía falta acelerarlo. Hasta que un día desapareció. Me dijo que vendría y estuve esperando horas. Llamaba, enviaba mensajes, nada. La nada. Silencio. Me costó asimilarlo. ¿Qué había hecho mal? Hubo silencio día si día también. Los días se convirtieron en semanas. Y las semanas en meses. De golpe apareció para felicitarme el cumpleaños, unos dos meses después de callar. No hubo disculpas.
Volvieron a pasar las semanas y me habló. Quedamos (obviamente quedamos, estaba radiante de felicidad al saber que volvería a verlo). Era por la tarde y él tenía que ir a hacer recados. Yo le acompañé. Todo fue frío. Como si fuéramos dos desconocidos. Sabía que era una de las últimas (o en su defecto, la última) veces que lo veía pero no podía aceptarlo. Cuando nos despedimos le di un beso. Las últimas palabras que salieron de su boca fueron ‘es cereza?’. Le dije que sí. Salí del coche. Subí al mío y me dirigí a casa. No veía nada, las luces de la carretera se difuminaban delante de mis ojos. No sabía donde terminaba el astigmatismo y donde empezaban las lagrimas. Necesitaba no escuchar a mi cabeza y puse música. Empezó a sonar Placebo. Estuve todo el camino de vuelta a casa aceptando el luto por el que iba a pasar. No sabía que hacer, donde meterme. No podía escribir porque lo único que sabía hacer en ese momento era llorar.
Al cabo de las semanas me envió un mensaje para pedirme perdón por su ausencia. Una madre de viaje y pasar tiempo con ella, un móvil roto y mucha vergüenza de decir cosas a destiempo fueron sus razones. Le dije que no pasaba nada (nunca pasa nada, no se si soy una ‘people pleaser’ pero por temor a cualquier cosa ‘nunca masa nada’) y quedamos para dentro de unas noches. Hablamos algo y parecía ir todo bien. Hasta que esa noche nunca llegó. Decidió no molestarse siquiera en disculparse por su falta de palabra una segunda vez. Nunca lo hizo. Nunca lo ha hecho.
Hace relativamente poco (no se si ha sido a principios de este año 2023 o a finales del año pasado 2022) donde finalmente lo ha eliminado de mi lista de seguidores y seguidos de instagram (bendita herramienta que me ha permitido echar a gente de mi vida en la red) ya que a pesar de que después de todos estos años no se disculpó, si que seguía viendo mis historias y dejando algún me gusta que otro. Supongo que es lo que me merezco, o me merecí en ese momento. Creo. No se. Supongo. No es rencor lo que le guardo, ni muchísimo menos, pero realmente ni me apetece y me apetecerá volver a pasar por todo el rango de sentimientos que estuve pasando esos meses. Sentimientos que ni la medicación podía ahogar.
Nunca he vuelto a poder escuchar a Placebo. Ni ‘Africa’ de Toto. Ni a Nacho Vegas. Pero esas son otras historias















